
Sin duda Elizabeth Taylor regaló a los espectadores muchos personajes memorables, pero ninguno alcanzó la magnitud de Maggie, esa mujer felina, hipócrita y de encanto superlativo que revoloteaba alrededor de Paul Newman en la obra maestra de Richard Brooks llamada La gata sobre el tejado de Zinc (1958). Entonces la actriz tenía tan sólo 26 años, pero ya había alcanzado la cúspide de su belleza y una fama destinada a muy pocas estrellas de la historia.
Debutó en There's One Born , pero fué en la década de los 50 cuando Elizabeth Taylor forjó su fama: primero con su belleza; segundo con sus innumerables flirteos y rupturas amorosas (que ya se repitieron durante toda su vida); y por último con un buen puñado de películas de notable calidad. Truman Capote escribió: ''su cara, con esos ojos de color lila, es el sueño de un presidiario, el rostro ansiado por cualquier secretaria: irreal e inalcanzable, y al mismo tiempo tímida, excesivamente vulnerable y muy humana, con un leve brillo de suspicacia resplandeciendo en el fondo de aquellos ojos color lila".
Respecto a su capítulo sentimental, hay que destacar su estrechísima relación de amor-odio con, Richard Burton, con quien se casó dos veces ; inumerables relaciones posteriores de las que no salió nunca de manera satisfactoria... En cualquier caso, lo que Taylor hizo o no hizo con su vida privada nada tiene que ver con su maravillosa faceta frente a las cámaras. Un lugar en el sol (1951), Gigante (1956), La gata sobre el tejado de Zinc (1958) y De repente, el último verano (1959), ya se han convertido en clásicos del séptimo arte, en la década siguiente destaca esa obra monumental llamada Cleopatra (1963) y los dos Oscar que recibió por sus papeles en Una mujer marcada (1960) -bastante sorprendente si consideramos que también estaba nominada Shirley MacLaine por El apartamento- y en ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966).